Del Diario del Año de la resistencia, de Joaquín Mercader
Sé que parecerá una humorada brutal o una mentira. Pero ayer me pasó algo rarísimo. Me separé de mi ceja izquierda. Ahora tengo la ceja derecha nomás, tengo una sola. Yo estaba medio adormecido, preparándome para ir al trabajo, cuando me miré al espejo y entonces me di cuenta... sentí un millón de piojos y mosquitos... no, sentí a la ceja, a la ceja que me pinchaba la cara con sus patitas de escolopendra, bajando por el mentón, el cuello, la pileta del baño, los azulejos... la quise detener con el pie... pero me picó. Ay, grité. Me agarré el talón y vi los piquitos de la mordedura, tres piquitos. Miré al suelo... ya se había ido... chau, ceja.
La ceja de la alcantarilla les contó la historia de las cejas, de las orugas, como aquella famosa pelea con las pestañas en la que estas últimas usaron lentes de contacto a manera de escudos. En esa época, en el siglo XV, las cejas montaban bigotes de tiro.
Más adelante en el tiempo, su sueño de libertad se hizo pancapiláreo, es decir que involucraba a todos y a cada uno de los pelos del cuerpo: los pelos de la nuca, los bigotes, las propias cejas y pestañas, e incluso (con perdón) los pelos del pubis y el culo. Esas fueron las guerras de la independencia, guerras famosas.
¡Soy un hombre de pelo en pecho!— Gritó el general Roncada, y sus pelos se desprendieron orondamente, bajando por la tela del uniforme caqui, para perderse en busca de la libertad. Ahora parecía un bebé; asi que se puso a llorar.
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